domingo, 8 de diciembre de 2013

ECUADOR


Rondaban las 06:30 AM cuando cruce el área fronteriza entre Colombia y Ecuador. El día presentaba un aspecto grisáceo y un poco de viento en contra me erizaba el vello de mis piernas.

La primera impresión que tuve al entrar Ecuador, fue el descenso considerable en la cantidad de trafico rodado. No pasaban tantos camiones por el asfalto, pero todo lo demás continuaba aparentemente igual. El día transcurrió de maneras diferentes. Primero tuve que subir un puerto, el cual para ser sincero, no estaba en mi plan de ruta. En lo alto del mismo tuve que cambiarme de ropa, debido  al sudor y al frío que me recorría mi cuerpo. Mas tarde, el calor me devoraba y una bajada de 40 km me acercaba hasta Chota.

Por cierto, uno de los principales inconvenientes que tuve fue el gran problema para que te aceptasen billetes de 50 o 100 dolares. A este pequeño inconveniente se le había de sumar que en la mayoría de pequeñas transacciones diarias tenias serios problemas debido a la escasez de cambio en los pequeños comercios.

Ecuador, es a priori, mirando el mapa, un país de escala pequeña. Así que en dos días mas, llegue a Quito con un gran esfuerzo final, debido  a que la capital ronda aproximadamente los 2800 metros de altitud. Antes, hice una escala en Otavalo. Lugar donde su casco antiguo estaba alrededor de una plaza donde cada día los artesanos indígenas bajan de las montañas para  vender sus trabajos.


QUITO

Mi primera impresión de la ciudad  fue desconcertante. Su altitud y el humo desesperante de los caños de escape de los autobuses, me dejaron medio contaminado. Aquí, el gobierno de este país tiene que tomar cartas en el asunto. No puede ser que no existan paradas establecidas para los buses, tanto urbanos como interurbanos. A la gente, parece que ya les va bien, es un sistema muy cómodo, pero no se dan cuenta de la terrible contaminación que produce este comportamiento. Los vehículos pesados no paran de acelerar y detenerse infinitas veces para realizar trayectos de longitud irrisoria, eso implica desarrollos de motor pesados con marchas cortas, provocando  grandes nubes de colores negruzcos que el peatón o el ciclista acaba incorporando a sus pulmones.

Aparte de eso casi no pude ver mucho de la ciudad.  Mi  visita para ver el casco antiguo la deje para mi segundo día de estancia. Pero los planes sufrieron un giro, producido por una resaca que me dejo kao, era hallowen. La mezcla de alcohol y altitud fue mas peligrosa de lo que pensaba y mi  cabeza dejó de existir por un día.

El tiempo me iba restando mis privilegios y se acercaba el día en que tenia que encontrarme con mis amigos, así que tocaba no demorarse. Mi camino hacia la costa fue bastante tranquilo, el cielo se comportó y las etapas no fueron excesivamente duras.
Al cabo de 23 etapas llegué a Montañita, lugar turístico de playa por excelencia. Aquí fue el lugar elegido para el encuentro con Jordi Tomas, viejo amigo, el cual iba acompañado de dos personas mas. Su hermano Dani y Sergi, un bombero que trabaja en el mismo parque que Jordi.


MONTAÑITA 

El lugar no era muy grande, sus arterias centrales eran dos calles paralelas que conducían a la playa, alrededor de las cuales se expandía la comuna. El lugar estaba en fase de crecimiento, pero este parecía estar descontrolado. Todo el espacio estaba masificado de hoteles, hostales, restaurantes y de mucha farándula. Alrededor de las calles principales se aglutinaban grupos de vendedores ambulantes que intentaban venderte pulseras, brazaletes, pipas etc para poder  sobrevivir en la estación  fuera de temporada. Por el día, todo giraba alrededor de su infinita playa pero por la noche su metamorfosis la volvía diferente. El volumen de los decibelios aumentaba y la música se  ahogaba en el silencio de la noche. Los bares portátiles se multiplicaban encendiendo sus luces y tensando al máximo las membranas de los altavoces para atraer a la clientela.

Visto el escaso atractivo que representaba el lugar para el nuevo grupo, decidimos escaparnos al tercer día de ese kaos. El nuevo destino fue Ayampe, comuna ubicada a 20 km al norte de Montañita. Nos hospedamos en una cabaña que nos la alquilaba una familia muy peculiar. La higiene no estaba dentro de sus prioridades, así que os toca imaginar el contexto, a mi no me apetece recordarlo. La playa de Ayampe, tenia una buena ola y se notaba por el numero de gente que a primeras horas estaba en el agua. Las olas tenían fuerza, la temperatura era fría y la falta de experiencia me agotaron en una primera sesión. El sol parecía que nos daba la espalda siendo este muy caprichoso ya que en escasas ocasiones sus rayos se colaban
entre el entramado de nubes. Las sesiones de surf constaban de una hora durante la mañana y otra por la tarde. Al principio pensaba que una hora era un tiempo muy reducido para la practica de este deporte, pero la dureza del mar, rápidamente cambio ese equivocado concepto. El agua, la sal, la espuma, la corriente,  te entumece los músculos y te consume las fuerzas.


Hicimos varias visitas a Puerto Lopez, lugar desde donde tomamos una lancha que nos llevo a la isla de Salango . Alrededor de sus aguas hicimos snorkel pero la ausencia de sol hacia que la visibilidad fuera muy escasa y el disfrute escaso.
En este viaje nadie se había planificado nada, así que una pequeña anarquía se instaló en la toma de decisiones.Primaba la búsqueda de un lugar donde se pudiera surfear, pero estábamos fuera de temporada, así que era difícil encontrar un lugar que acaparase todas las expectativas.

Después de movernos relativamente poco, tomamos un bus para que nos llevara a la ciudad de Manta. Era la primera vez, en este viaje, que guardaba la bicicleta en un bus. Siempre  se me hace un poco raro ponerla en la bodega del vehículo mezclada con el resto de bultos, ya que es muy fácil que se rompa algún radio, se tuerza el desviador o pasen cosas peores. Al final los planes cambiaron y nos dirigimos a Bahía de Caraquez, llegando al lugar entrada la noche.


CANOA

Al día siguiente nos dirigimos a Canoa, pueblecito costero donde nos habían recomendado quedarnos. Nos hospedamos en el Hostal País Libre regentado por Mr. Favio, todo un personaje. Rápidamente nos fuimos a surfear y todo cambio. El agua estaba caliente, lucia un medio sol y las olas eran  mas venebolas para los novatos principiantes. No pude levantarme de mi tabla, únicamente llegue a ponerme de rodillas en bastantes ocasiones, pero el juego con las olas me aportaba una sensación de bienestar que cuesta describirla. Estuvimos varias horas, apurando el vaivén que generaba el mar hasta bien entrada  la puesta de sol .
Por cierto,  en Canoa fue la primera vez que me picaba una medusa, a Dani  y Jordi también corrieron la mala suerte de padecer sus filamentos.


El ultimo día en Canoa, Jordi y Dani ganaron la primera carrera nacional de orientación de Ecuador, en su categoría. Por mí parte  yo no fui a correr preferí fortalecer los músculos de mi tren superior ya que después de un mes haciendo bicicleta estaban flojitos. Para mi desgracia ese día haciendo pesas me salio una hemorroide.Así que decidí separarme del grupo y descansar una semana en Canoa. El hostal tenia piscina y la gente era muy amable. Los días me pasaron muy rápido debido a que retome el habito de la lectura.

Al cabo de una semana volvíamos a unirnos todo el grupo en  Manpiche. El lugar era un pueblo pequeñisimo de pescadores, donde cerca de su malecón se hacia un tubo de izquierda, pero ahora no era la epoca y la ola que se formaba era muy pequeña, ademas rompía muy cerca de la orilla.

El final del grupo tocaba a su fin y decidimos pasarlo en Canoa ya que eran las fiestas locales. A eso se le ha de añadir que ademas era el cumpleaños de Sergi y claro  teníamos que celebrarlo. La noche fue una mezcla de bailes en las cabañas de playa y cuando cerraron estas nos fuimos directos al recinto del baile, donde dos orquestas amenizaban la velada.

Yo por mi parte decidí quedarme unos días mas por Canoa. No se que tiene este deporte del surf, donde sufres las sacudidas del mar. Tragándote olas, escupiendo sal, entrando espuma por la nariz. Golpeándote de vez en cuando con la tabla en la cabeza y demás partes del cuerpo  intentando evitar que una quilla pueda hacerte algún corte. Pero por estúpido que parezca, el hecho de sentirse un segundo encima del tablón aporta un estado de satisfacción que compensa todos los pesares. Supongo que sentir esa sensación de deslizamiento  sobre la ola estimula algún tipo de endorfina que va directa al cerebro y genera ese efecto placentero.

domingo, 24 de noviembre de 2013

Colombia Sur


Un nuevo empezar en un país nada desconocido, pero con inquietudes nuevas.  Afronto solo, la tarea de intentar volver a sentir sensaciones olvidadas después de mi paso por el quirofano. Ahora había que ver si mi cuerpo se adaptaría a una nueva rutina de trabajo.El vuelo se me hizo largo,  por mucho que me recolocaba en la butaca no lograba encontrar la posición adecuada,  así que toco adaptarse al espacio reducido,  encogiendo las piernas y jugando  a la guerra sucia con el compañero de butaca que me había  tocado.  La batalla consistía en no ceder ni un milímetro en el minúsculo reposa brazos.  En la zona inferior,  había emboscadas y cruzamientos de piernas para poder aprovechar los minúsculos huecos. Hubo victorias parciales, aunque  creo  que  al final nadie  ganó esa guerra.

Mi paso por Bogotá,  fue muy fugaz.  Pasé el tiempo  necesario  para  poder  montar  las piezas de la bici  y adaptarme  a los nuevos  horarios. Todo iba tomando  forma a medida que pasaba  el tiempo. Tenia que cruzar el sur de Colombia  y llegar a la playa de Montañita (Ecuador) ya que a principios de noviembre me encontraría con unos amigos para intentar practicar surf en las salvajes  olas del pacífico. 

Mientras iba cruzando el sur del país,  algunos  colombianos  me tomaban por  un aventurero al verme montado con mi bicicleta, nada  más  alejado  de  la realidad. Mis aventuras han sido  siempre  casuales,  impuestas  por romper una rutina. Mi  mente vive el presente  hacia  mi mismo.  A veces, parece  que  lo  verdadero  o falso  no  me  interesa  para nada y me alegro  solo con  lo que  imagino ser o hacer. Aunque montado en mi ciclo, tengo mucho tiempo para pensar y eso hace que recapacite y analice la situación imaginando que siempre tienes aquello que deseas no aquello que piensas.
Entonces, me viene la imagen de un pájaro encerrado  en una jaula,  este no canta por placer si no por rabia de no poder volar en libertad. Por cierto llegó a mis oídos que ese pájaro no podría ser un colibrí,  éste,  si esta encerrado  en una jaula,  se muere. 


El principio fue duro,  el clima castiga y las  carnes  estaban tiernas. En Ibagué,  tuve desayunos  con sabor a vómitos y pasé  por duras cuestas anexas a barrios de chabolas que casi me destrozan tanto físicamente como psicológicamente. Aunque la etapa más dura fue el tercer y cuarto día de ruta cuando tuve que subir el alto de la línea.  El puerto tendría  aproximadamente  unos 60 kilómetros, los cuales pusieron a prueba  mis pulsaciones y mi resistencia.  Cuidado...... cuando comiences a ver  vacas  en las curvas y a no oír a los pájaros cantar,  prepárate a sufrir. A todo esto tenia que añadir el inconveniente de respirar de vez en cuando el humo que desprendían los camiones que pasaban por mi carril.

La bajada,  la cual prometía emociones fuertes  no resultó
 muy gratificante. El frío,  junto una niebla pegajosa me agarrotaban las articulaciones convirtiéndome en un  muñeco metálico.  Las gotas de rocío se enganchaban a mis manos y piernas incrementando la sensación de frío. Sufría, adelantando  camiones con maniobras esquivas,  ya que ahora eran ellos los que se quedaban  atrás. Mis frenos padecían y comenzaron a oírse ruidos cada vez que se tensaban las sirgas.  La humedad se instaló en las llantas y eso provocó que se me gastaran un juego de pastillas de frenos. 

La bajada me dejó en Armenia, ciudad que se encuentra en la ruta del eje cafetero, donde acabé mi viaje por Sur América, allá por junio del 2011. Pocos cambios observé por los alrededores así que saboree su estimado café sentado en uno de los porches de la plaza Bolívar.
Los paisajes iban cambiando y siguiendo el camino a Cali, la carretera se tornaba plana. Mis músculos agradecían el cambio de cadencia. Ahora iba mas cómodo y agradecido. Mientras paseaba dirección sur, mi olfato recibía olores perfumados y como cantaba Celia Cruz, todo se debía al azúcar. Las extensas plantaciones de caña que rodeaban el paisaje teñían el aire con su dulce y perfumado aroma.


Cali,  aquí me di cuenta que efectivamente,  la distancia  recta  entre dos puntos, es el camino más  corto pero a  veces  no  es el  trayecto  más seguro. Sin quererlo me puse en la boca del lobo,  aunque  por suerte no le vi los colmillos. La ciudad era una mezcla de culturas con un policía en cada esquina. La ciudad merecía gastar un poco de tiempo en recorrer sus calles, pero no encontré mucho que ver. La localidad no tiene casco antiguo ni edificios coloniales relevantes, salvo un par de calles donde residen algunos museos.


Cerca de Mondomó me pasó algo inesperado. No pasaba ningún camión rozándome el cogote y pocos eran los turismos que transitaban por la ruta. Solo pasaban de vez en cuando algunos vehículos pesados de la policía. Algo pasaba,  estaba claro, pero no sabia el que. Toda duda se disipó cuando la policía me interrumpió en mi camino. Todo radicaba en la explotación de unas minas de oro, por parte de empresas que solo parecían interesadas en aumentar la ganancia de sus beneficios sin importarles para nada la alteración del medio ambiente. Los indígenas, propietarios de esas tierras, no estaban de acuerdo y no iban a dejarse engañar, así que defendían sus derechos, a pedradas.

Pasado la ciudad de Popayan comenzaba nuevamente a empinarse las cuestas. La carretera se volvía serpenteante  hasta Remolinos donde a partir de allí se hacia mas dura hasta pasado Tablones. Aquí, el sol junto la dureza de las rampas casi consiguieron deshidratarme. Los rayos solares pegaban duro y la carretera se hacía infinita. Buscaba las sombras, casi inexistentes, debido a la escasez de árboles y mi piel iba sufriendo las consecuencias.Iba haciendo miniparadas para recoger el aliento que perdia en cada golpe de pedal. El vapor que exhalaba mi cuerpo impregnaba mi ropaje el cual estaba hecho una esponja.

Pasto, que en un principio tenia  que ser una ciudad más,  me aportó sorpresas. La casualidad hizo que me encontrará con Joanna, Mónica y Sandra. Vamos  por  partes. Joanna, me encontró  mientras andaba  buscando  hospedaje. Me invitó a las 19:00 horas, acompañarla  a una pedaleada ciclo turística  que celebraban  cada jueves en la ciudad. Mas tarde, mientras  comía,  conocí  a Mónica, estudiante de derecho con inquietudes periodísticas que quería hacerme una entrevista. Y casualidades  de la vida, una cosa llevó  a otra,  hasta que Sandra me entrevistó para la TV local de Pasto en un programa  que se emitía en directo. Al día siguiente intenté visitar la ciudad, pero la verdad es que se me pasó el día volando.Toda la mañana estuve explicándole a Alejo, toda la información que pude darle acerca del material necesario para realizar ciclo turismo, ya que él y sus amigos tenían la intención de llevar a cabo, en fechas próximas, un pequeño viaje hacia el país vecino. Espero que se acuerde de mis consejos y le sirvan de utilidad para afrontar sus aventuras.



 Antes de llegar a  Ipiales,  tuve que ponerme las pilas otra vez. La etapa fue dura, pero al fin llegaba a la última ciudad, antes e la frontera. Llegué pronto después de la dura subida de Pedregales. Deberían ser  alrededor  de las 09:00  de  la  mañana  cuando me topé  con tres locos. Esteban, David y Paulo, estaban gastando sus últimos pesos en adquirir una botella de vodka intentando engañar, a las primeras  horas  de sol. Ellos llevaban bastantes horas de festival y parecían estar mejor que yo. Me invitaban a continuar la fiesta con ellos,  pero imaginaros la situación. Yo, todo sudado, sin desayunar, fatigado y sin haber comido nada, la verdad es que solo tenia ganas de descansar. Al final me convencieron y pude disfrutar de la hospitalidad de la gente Pastusa. Al día siguiente cruzaba la frontera y entraba a Ecuador.




















 Para que veáis, parece ser que en todo el mundo pasa lo mismo con el tema tributario. Al salir de Cali  me encontré con este par de carteles que me hicieron reír y reflexionar un poco.