domingo, 24 de noviembre de 2013

Colombia Sur


Un nuevo empezar en un país nada desconocido, pero con inquietudes nuevas.  Afronto solo, la tarea de intentar volver a sentir sensaciones olvidadas después de mi paso por el quirofano. Ahora había que ver si mi cuerpo se adaptaría a una nueva rutina de trabajo.El vuelo se me hizo largo,  por mucho que me recolocaba en la butaca no lograba encontrar la posición adecuada,  así que toco adaptarse al espacio reducido,  encogiendo las piernas y jugando  a la guerra sucia con el compañero de butaca que me había  tocado.  La batalla consistía en no ceder ni un milímetro en el minúsculo reposa brazos.  En la zona inferior,  había emboscadas y cruzamientos de piernas para poder aprovechar los minúsculos huecos. Hubo victorias parciales, aunque  creo  que  al final nadie  ganó esa guerra.

Mi paso por Bogotá,  fue muy fugaz.  Pasé el tiempo  necesario  para  poder  montar  las piezas de la bici  y adaptarme  a los nuevos  horarios. Todo iba tomando  forma a medida que pasaba  el tiempo. Tenia que cruzar el sur de Colombia  y llegar a la playa de Montañita (Ecuador) ya que a principios de noviembre me encontraría con unos amigos para intentar practicar surf en las salvajes  olas del pacífico. 

Mientras iba cruzando el sur del país,  algunos  colombianos  me tomaban por  un aventurero al verme montado con mi bicicleta, nada  más  alejado  de  la realidad. Mis aventuras han sido  siempre  casuales,  impuestas  por romper una rutina. Mi  mente vive el presente  hacia  mi mismo.  A veces, parece  que  lo  verdadero  o falso  no  me  interesa  para nada y me alegro  solo con  lo que  imagino ser o hacer. Aunque montado en mi ciclo, tengo mucho tiempo para pensar y eso hace que recapacite y analice la situación imaginando que siempre tienes aquello que deseas no aquello que piensas.
Entonces, me viene la imagen de un pájaro encerrado  en una jaula,  este no canta por placer si no por rabia de no poder volar en libertad. Por cierto llegó a mis oídos que ese pájaro no podría ser un colibrí,  éste,  si esta encerrado  en una jaula,  se muere. 


El principio fue duro,  el clima castiga y las  carnes  estaban tiernas. En Ibagué,  tuve desayunos  con sabor a vómitos y pasé  por duras cuestas anexas a barrios de chabolas que casi me destrozan tanto físicamente como psicológicamente. Aunque la etapa más dura fue el tercer y cuarto día de ruta cuando tuve que subir el alto de la línea.  El puerto tendría  aproximadamente  unos 60 kilómetros, los cuales pusieron a prueba  mis pulsaciones y mi resistencia.  Cuidado...... cuando comiences a ver  vacas  en las curvas y a no oír a los pájaros cantar,  prepárate a sufrir. A todo esto tenia que añadir el inconveniente de respirar de vez en cuando el humo que desprendían los camiones que pasaban por mi carril.

La bajada,  la cual prometía emociones fuertes  no resultó
 muy gratificante. El frío,  junto una niebla pegajosa me agarrotaban las articulaciones convirtiéndome en un  muñeco metálico.  Las gotas de rocío se enganchaban a mis manos y piernas incrementando la sensación de frío. Sufría, adelantando  camiones con maniobras esquivas,  ya que ahora eran ellos los que se quedaban  atrás. Mis frenos padecían y comenzaron a oírse ruidos cada vez que se tensaban las sirgas.  La humedad se instaló en las llantas y eso provocó que se me gastaran un juego de pastillas de frenos. 

La bajada me dejó en Armenia, ciudad que se encuentra en la ruta del eje cafetero, donde acabé mi viaje por Sur América, allá por junio del 2011. Pocos cambios observé por los alrededores así que saboree su estimado café sentado en uno de los porches de la plaza Bolívar.
Los paisajes iban cambiando y siguiendo el camino a Cali, la carretera se tornaba plana. Mis músculos agradecían el cambio de cadencia. Ahora iba mas cómodo y agradecido. Mientras paseaba dirección sur, mi olfato recibía olores perfumados y como cantaba Celia Cruz, todo se debía al azúcar. Las extensas plantaciones de caña que rodeaban el paisaje teñían el aire con su dulce y perfumado aroma.


Cali,  aquí me di cuenta que efectivamente,  la distancia  recta  entre dos puntos, es el camino más  corto pero a  veces  no  es el  trayecto  más seguro. Sin quererlo me puse en la boca del lobo,  aunque  por suerte no le vi los colmillos. La ciudad era una mezcla de culturas con un policía en cada esquina. La ciudad merecía gastar un poco de tiempo en recorrer sus calles, pero no encontré mucho que ver. La localidad no tiene casco antiguo ni edificios coloniales relevantes, salvo un par de calles donde residen algunos museos.


Cerca de Mondomó me pasó algo inesperado. No pasaba ningún camión rozándome el cogote y pocos eran los turismos que transitaban por la ruta. Solo pasaban de vez en cuando algunos vehículos pesados de la policía. Algo pasaba,  estaba claro, pero no sabia el que. Toda duda se disipó cuando la policía me interrumpió en mi camino. Todo radicaba en la explotación de unas minas de oro, por parte de empresas que solo parecían interesadas en aumentar la ganancia de sus beneficios sin importarles para nada la alteración del medio ambiente. Los indígenas, propietarios de esas tierras, no estaban de acuerdo y no iban a dejarse engañar, así que defendían sus derechos, a pedradas.

Pasado la ciudad de Popayan comenzaba nuevamente a empinarse las cuestas. La carretera se volvía serpenteante  hasta Remolinos donde a partir de allí se hacia mas dura hasta pasado Tablones. Aquí, el sol junto la dureza de las rampas casi consiguieron deshidratarme. Los rayos solares pegaban duro y la carretera se hacía infinita. Buscaba las sombras, casi inexistentes, debido a la escasez de árboles y mi piel iba sufriendo las consecuencias.Iba haciendo miniparadas para recoger el aliento que perdia en cada golpe de pedal. El vapor que exhalaba mi cuerpo impregnaba mi ropaje el cual estaba hecho una esponja.

Pasto, que en un principio tenia  que ser una ciudad más,  me aportó sorpresas. La casualidad hizo que me encontrará con Joanna, Mónica y Sandra. Vamos  por  partes. Joanna, me encontró  mientras andaba  buscando  hospedaje. Me invitó a las 19:00 horas, acompañarla  a una pedaleada ciclo turística  que celebraban  cada jueves en la ciudad. Mas tarde, mientras  comía,  conocí  a Mónica, estudiante de derecho con inquietudes periodísticas que quería hacerme una entrevista. Y casualidades  de la vida, una cosa llevó  a otra,  hasta que Sandra me entrevistó para la TV local de Pasto en un programa  que se emitía en directo. Al día siguiente intenté visitar la ciudad, pero la verdad es que se me pasó el día volando.Toda la mañana estuve explicándole a Alejo, toda la información que pude darle acerca del material necesario para realizar ciclo turismo, ya que él y sus amigos tenían la intención de llevar a cabo, en fechas próximas, un pequeño viaje hacia el país vecino. Espero que se acuerde de mis consejos y le sirvan de utilidad para afrontar sus aventuras.



 Antes de llegar a  Ipiales,  tuve que ponerme las pilas otra vez. La etapa fue dura, pero al fin llegaba a la última ciudad, antes e la frontera. Llegué pronto después de la dura subida de Pedregales. Deberían ser  alrededor  de las 09:00  de  la  mañana  cuando me topé  con tres locos. Esteban, David y Paulo, estaban gastando sus últimos pesos en adquirir una botella de vodka intentando engañar, a las primeras  horas  de sol. Ellos llevaban bastantes horas de festival y parecían estar mejor que yo. Me invitaban a continuar la fiesta con ellos,  pero imaginaros la situación. Yo, todo sudado, sin desayunar, fatigado y sin haber comido nada, la verdad es que solo tenia ganas de descansar. Al final me convencieron y pude disfrutar de la hospitalidad de la gente Pastusa. Al día siguiente cruzaba la frontera y entraba a Ecuador.




















 Para que veáis, parece ser que en todo el mundo pasa lo mismo con el tema tributario. Al salir de Cali  me encontré con este par de carteles que me hicieron reír y reflexionar un poco.

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