lunes, 16 de mayo de 2011

GUAJIRA


En Santa Marta, el sol, violento y salvaje, se derrama, sobre el asfalto, en lluvia dorada de polvo. El cielo esta nublado, sucio, triste. Mis pupilas intentan soltarse de un solitario grano de arena, introducido por equivocación en una concha sin perla.
Poquísimas personas transitaban por la ciudad a esa hora, el viento opaco y caluroso levantaba hojas de periódico amarillentas y sucias. La tarde era sudorosa, repleta de sonidos sordos y lejanos, mientras yo soportaba el peso salvaje y violento del abominable sol. Por cierto me escondí en un eclipse de sombra y vi como el Madrid ganaba la Copa del rey.
Estuve visitando varias playas cerca de Santa Marta y  quizás la mas bonita sea Bahía concha. Tambien estuve en el Rodadero y en Taganga. En las playas se veían a lo lejos, numerosas velas que parecían extenderse por el mar. Sobre la playa dorada de arena, morían mansas olas y solo el sonido de algún ronco motor anunciaba la llegada de pescadores a su llegada a la playa
Por mi parte, me escondía a regazo de alguna confortable sombra, descansando, adormecido por el ajetreo, el calor y el polvo arenisco.
La brisa aromada, fecundada en los crepúsculos tropicales bailan sobre mi cuerpo. Aquí tumbado en la arena sabiendo que era San Jordi, decidí a sincerarme.Pero cuanto cuesta sincerarse sin cebada...

Escrito en San Jordi......para ella:

Aquí tumbado en las playas del Caribe observas que cuando la vida te golpea, comprendes que todos los hombres que vivimos “intensamente” guardamos un secreto. Puede ser una mujer o tal vez... no sé, hay infinidad de cosas. Pero lo guardamos aquí, en el corazón. Y hay días que el corazón pesa demasiado y parece que reventará aunque cada uno se libera a su manera. Pasó en un pasado ya muy lejano, cuando aun conservaba pelo en mi despoblada cabeza. Que cobarde que fui entonces , pero el efecto de sus ojos en mi, era desastroso. Su presencia ejercía sobre mi ser, una especie de esclavitud misteriosa, repercutiendo en mi alma. Parecía que mi mente se trituraba entre miradas intermitentes. Mi cerebro saltaba dentro de mi cabeza y cada vez que pensaba en ella, los sofocones de amor me hacían el efecto de cien cañonazos disparados contra mis nervios. Nadie ha conseguido que con tan poca pólvora se calentara mi sangre. Parecía que estuviera en un cuerpo enfermizo, o en el de otra persona que no identificaba como mi mismo. Nuestros amores debían tener una solución, como la tienen todos, pero yo no contribuí a la faena con mis miedos en ese momento ya tan lejano. Que tonto que fui cuando tenia que tomar una decisión y esa fue ignorada , pero la vida se basa en eso, aprendizaje por errores. Ya han pasado muchos años y observando la vida, me doy cuenta de mi equivocación. Era ella la mitad de la naranja? pues creo que si, pero que estoy diciendo.
 Claro que si, sin ninguna duda. Aun me tiembla la voz cuando por casualidad hablo con ella. Ahora en estos días de calma donde tengo infinidad de tiempos muertos, donde mi cuerpo y mi alma descansan, no puedo evitar que a veces me venga la visualización de imágenes de su cara y encontrarme con ella en algunos sueños. Que fácil que parece todo cuando estando dormidos. La imaginación nos hace vivir historias que la realidad nos impide afrontar. Hoy en día uno puede vivir como está o conformarse con tener un zumo de naranja exprimido que con el paso del tiempo coge acidez y pierde esa fuerza que solo tiene esa mitad del cítrico y vivir engañado de la realidad. Tal como en estos días se encarrila la vida, ese tren tiende a salirse de vía o quedarse en vía muerta.
Afortunadamente, creo que las mujeres que nos cautivan de esa manera no aparecen mas que una vez en la vida. Ya que si volviese a pasar quizá desaparecería ese encanto que las envuelve en esa aura misteriosa y seguramente mi corazón y mi cabeza podrían sufrir daños irreparables.
Para no hacerme mas pesado decir que los hombres y las mujeres somos mentirosos y mas cuando se trata de amor, así que quien se lo crea bien y el que no también.

BUCEO

Bueno, después de este rollo os explicaré que en Taganga me fui hacer unas inmersiones después de 8 años sin ponerme los plomos. El instructor me recordó todo lo que me se había olvidado y pal fondo. He sido bautizado otra vez. He vuelto a ponerme unas botellas de buceo en mi espalda. Parecía, camello con pies de pato. Mi viaje consistía en dar una vuelta por la casa de Aquario. Sus aguas no estaban frías y el día me ha regalado un quieto mar con muy buena luz. Sensaciones olvidadas venían a mi. Los primeros minutos en la gran pecera eran como estar en un sueño. Las olas se hacían invisibles en el fondo y la refracción del agua hacia aparecer todo mas grande de lo normal. Me notaba un poco extrañado por la vuelta a lo desconocido en un mundo de invisibles fronteras. Estaba en un estado de ingravidez y mis sentidos estaban en constante alerta a todo lo que sucedía. Parecía que la magia de un cristal se reflejara en el fondo marino .
Ese frágil mundo se presentaba ante mi, sin inmutarse a mi presencia. La fauna de las profundidades se vestía con multitud de colores, formas y tamaños. Era fascinante observar las claras diferencias entre los dos mundos. Debajo del agua las reglas cambian y aunque llevemos nuestras mascaras y un buen equipo, parecemos ranas aleteando nuestras ancas.
En el fondo, la vida parece que transcurre alrededor de pequeños refugios que proporciona las oquedades de los corales y rocas marinas. El silencio parecía infinito y solo se rompía por el ritmo de mis ventilaciones. Notaba como a cada secuencia se descorchaba una botella de champan. Miles de burbujas huían de mi e iniciaban una carrera para poder llegar a su liberación en la superficie. Flotaba en las profundidades del fondo marino y eso me producía un estado de relajación brutal. Pasados 43 minutos, la reserva me avisaba de que se acababa mi tiempo así que remontamos hacia nuestro bote para preparar la segunda inmersión.



HECHIZO

El paso de los días parecían inocular veneno en mi cuerpo. El body no tenia ganas de inquietarse por minuteces y la cabeza trabajaba a ralentí . El oasis donde había plantado mi hogar tenia todas las comodidades posibles. La vida se vivía en el contorno de la piscina. El hostel se parecía a la serie de Melrouse Place, pero ahora el plató abandonaba California y se instalaba en el Caribe. Una tela de araña había teñido sobre mi, un punto de cruz que me tenia atrapado en sus vacíos. El cuerpo estaba relajado y mientras iban pasando los días, mas perezoso me tornaba. No tenia nada que hacer y a eso me dedicaba. Me despojé de mi swatch para no poder oír el monótono paso de las agujas y aislarme de horarios. Las horas se acumulan en días, día tras día pasan los meses, 12 meses preceden a un año y un año viajando pasa volando. Menos mal que aun me queda un par de años  para recorrer mas kilómetros.
Creo que he topado con un lugar hechizado, este se conjuró y atrapó mi cuerpo. Pasaron varias semanas hasta que me torné inmune a su veneno y después de que se acabaran los cuatro clásicos Madriii-Barçaa decidí que me tenia que mover. El cuerpo comenzaba a pedirme un poco de caña.
 Antes de irme, recuerdo que un día no se cual, pensaba que había una fiesta en el cielo. Creo que ese día las puertas del cielo se rompieron, porque vi a un grupo de siete ángeles en la piscina. No podía ver sus alas, pero de bellas que eran no podía equivocarme. Ademas hablaban una lengua rara, rara, rrarra. Ya veis que aquí en el caribe la vida se vive como la escribes, tal como  decía Aute.
En el hostel con tanto tiempo ahogándome en sus rincones, me hice amigo de todos los currantes, incluidos de los jefes. Abandoné el lugar donde me había encontrado como en casa y me dirigí hacia Minca, un pueblo situado en las montañas ubicado a pocos kilómetros de Santa Marta.
Su puta madre, perdón por la expresión pero esa subida me dejó bastante tocado. Había unos 700 metros de desnivel o eso me dijeron, y doy fe de eso. La poca actividad de los últimos días me habían oxidado la musculatura y a eso se le unía la deshidratación que me produjo la climatología.
Las manos me patinaban, mis ojos me picaban y mi piel sudada. Gotas transparentes transportaban mares de sal que saltaban por el trampolín de mi espalda. Mi ropa mojada, se ceñía a mi y el bOb patinaba en el sillín. La pista no ayudaba. Sus infinitos agujeros y su arrugado asfalto frenaba la cicla. De vez en cuando movía la bicicleta hacia las sombras de los arboles para parapetarme del sol y poder secarme el sudor. Quería esquivar a toda costa la calor ya que el ambiente parecía un infierno.
Al llegar al pueblo parecía que este se hubiera convertido en la ciudad perdida ya que las casas estaban dispersas. Estaban construidas con materiales locales y estas se camuflaban entre la espesa vegetación selvatica.
Para poder aliviar mi calor corporal fui a bañarme en las pozas del río que cruzaba el pueblo. El agua estaba rica y mientras bajaba la tarde estuve disfrutando del baño.
Por la noche, la temperatura se tornaba normal ya que aparecía el viento que corre por los tejados, aliviando la calor concentrada en locales cerrados. En mi habitación se habían colado un par de inquilinos. Dos lagartos, estaban fijos en la pared, boca abajo, situados al lado de un orificio que había en la ventana. Estaban inmóviles, con la vista obsesionada, esperando el paso de sus presas.
Al cabo de dos días me fui, tenia que dirigirme a la frontera con Venezuela para sellar el pasaporte para poder volver entrar a Colombia. Eso me llevaba a conocer la provincia de la Guajira. Pasé por los limites del parque del Tayrona y por los de Sierra Nevada. Paré en Palomino, Riohacha, Maicao, Manague y el Cabo de la Vela. La ruta es interesante por la diversidad de paisajes que uno recorre, pero la zona norte de la Guajira es puro desierto. La temperatura es muy calurosa y las duras condiciones de vida hace que solo vivan los wayus, una raza de indígenas que pueblan estos parajes desde tiempos remotos. Esos paisajes me recordaban a Marruecos ya que las mujeres iban vestidas con túnicas que les tapaban todo el cuerpo y las protegía de los rayos solares.
Los únicos animales que se veían eran ovejas y cabras que intentaban robar a las diminutas plantas un poco de materia verde casi inexistente.
Los wayus tienen un aspecto muy amigable y las ropas de sus mujeres tiñen de colorido el arcaico paisaje. Mi relación con ellos fue increible, se estrañaban de verme y cuando les contaba partes de mi viajera historia, se quedaban como paralizados escuchándome. Pero no todo es tan bonito como parece  ya que estas  comunidades se rigen por una leyes propias que a veces chocan con las nuestras.
El cabo de la vela esta ubicado a pocos kilómetros de Uribia, pero la pista estaba en muy mal estado. Los múltiples agujeros, las piedras y la aparición de arena hacia complicado el manejo de la bici. El sol por su parte no ayudaba y la ausencia de lugares para poder beber, hacia que todo se complicara. En el cabo, hay un conjunto de barracas hechas de cañas dedicadas a hospedar a extranjeros que buscan reposo. El acceso para poder llegar al lugar posee una zona de 5 kilómetros donde es puro desierto. No crece ningún vegetal y el suelo presenta un color blanco debido a los restos de sal presentes en la tierra.

 Allí la brújula se convierte en  un instrumento inútil  debido a que la sal vuelve loca a esa fràgil aguja imantada que parece bailar sin compás.  Antes de llegar al cabo de la vela me topé con un par de pueblos pesqueros, donde encontré  a todos los hombres matando el tiempo fulminandose varias cajas de cervezas mientras las mujeres balanceaban sus cuerpos en cómodas hamacas abrazando la brisa marina en el cobijo de las sombras. Pasados varios dias descansando en las puertas del infierno decidí abandonar el insoportable calor y retornar a Santa Marta. El camino de vuelta seria repetitivo volver a recorrelo montado con mi burra asi que cogí un bus para evitar instalar rutina en mi pedaleo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario