lunes, 6 de junio de 2011

REENCUENTRO


RETORNO A SANTA MARTA

Mi paso por la Guajira se acababa en Cuatro Vías, donde la buceta me retornaba a Santa Marta. Era sábado y tenia ganas de pegarme una fiesta. Me alojé en el Dreamhostel, que era como mi segunda casa. Necesitaba relacionarme con el submundo que surge alrededor de la piscina y empaparme de su magia. Grata fue la sorpresa que tuve en ese día ya que mi compañero de fatigas, volaba desde Santiago de Chile hasta Santa Marta y ademas tenia una reserva en el mismo hostel donde me hospedaba. Llegó justo a tiempo para la Chiva y nos fuimos de bares. La fiesta acabó en la piscina con todo el mundo habiendo sobrepasado esa linea que transforma los seres racionales en otro tipo de entes despreocupados de razones. Pocos aguantaron los excesos pero ahí quedamos seis locos charlando en varios idiomas, sentados alrededor de una mesa con una botella de Red Label y unos paquetes de cigarrillos. La luz del sol nos sorprendió y vino hacernos compañía. Ahora nos veíamos las caras que cada vez tenían ese brillo opaco, mostrándose mas pálidas. Acabamos la jornada con unos guiños al sol y con un sabor seco en la garganta.

Camas confortables, vestidas con sabanas limpias, me rodean y se mueven levemente por los flujos de aire que acarician las tres aspas del ventilador. El silencio acompaña la frecuencia del pequeño motor, consiguiendo aliviar el calor acumulado. En la piscina, un tráfico continuo de cuerpos semidesnudos intentan robarle al sol unos cuantos rayos bronceadores. Algunos ingenuos, acaban quemándose por creerse poseedores de una inmunidad que solo poseen las cremas solares. Por la mañana todo discurre con lentitud. No hay horarios para alimentarse y el cuerpo va indicándome sus necesidades. En el pasto colindante a la lámina de agua van instalándose las toallas en estratégica disposición. A media tarde todo cambia, el ambiente camaleonico transforma el área y la apertura de los neones anuncia la apertura del bar. Es entonces, cuando la mayoría de la gente muda sus prendas, pero otros nos mantenemos con el bañador permanentemente instalado en nuestro cuerpo. La noche aparece alrededor de las 6:30 pm iniciando la orden de salida para el vaciado de las neveras. La gente ahogada en bebidas espumosas comienzan a relacionarse e interactuar. La boca se suelta, el cerebro, sin tener que esforzarse, va entendiendo multitud de lenguas. Todo se acaba tarde, muy tarde. A veces no lo recuerdo, pero por la mañana siguiente las caras nos delatan. No hace falta malgastar palabras. Un simple guiño de ojo, una mueca o un gesto con la mano basta para saludar a nuestros aliados de la noche. Este lugar me volvió a seducir por la comodidad de sus instalaciones y su agradable ambiente de su personal... chevere.

Intentamos abandonar el lugar pero las endorfinas corrían por el aire. Un día, después de recoger las bolsas y preparar la bicicleta, estábamos decididos a marcharnos. Desayunamos y sin darnos cuenta atravesamos esa burbuja invisible, inhalando ese perfume cálido que nos volvió a drogar después de un par de inspiraciones. Estábamos flotando por encima de un mundo de ensueño, así que decidimos quedarnos. Los días pasaban rápidos, muy rápidos. Nunca había encontrado un lugar donde los días duren tan poco y las largas noches fueran tan fugaces. Todo tenia una explicación, por la mañana nos levantábamos tarde, alrededor de las 12, desayunábamos lo que producía que el almuerzo pudiera alargarse hasta las 16:00 horas y a las 18:00 ya se hacia de noche. La piscina entonces me seducía y todo se reducía a dejar pasar la horas.
En el hostel nos hicimos amigos de un Suizo llamado Martín, el cual se dedicaba a dar clases para una ONG durante el día pero en la oscuridad, las fuerzas de la noche lo atrapaban en su mundo. También conocimos a un español de Alicante que también se llamaba Martín y que tenia un hostel llamado Buda en la ciudad de Medellín, el cual en breve iremos a visitarlo. Por cierto le encantan los delfines.
En el hostel las tardes se encandilan en el reflejo del agua. Las hamacas despliegan su multitud de cuerdas, tensándose y ondeándose en los vacíos del aire. Mis pies mojados iban dejando huellas temporales en invisibles caminos. Húmedas ropas se balanceaban y ondeaban en finas cuerdas, esperando ser secadas para poder reutilizarse. Todo esto sucedía sin darse uno cuenta, rodeado de un botellin de cerveza refrescándome la mano y aliviando la garganta. De fondo, suena la música del bar y se oye el suave chasquido de unas bolas de billar cayendo por oscuros agujeros.
 Nos tocaba irnos del lugar y los dos lo sabíamos, no podíamos demorar mas. Las despedidas siempre son amargas pero dan inicio a futuros reencuentros. Nos fuimos a Cartagena pero esta vez debido al consejo que nos dieron, nos trasladamos con bus para poder esquivar unas zonas humildes de Barranquilla, las cuales nos habían dicho que eran peligrosas. La buceta no era muy confortable pero al principio íbamos relativamente anchos y cómodos. En Barranquilla el bus se llenó y los asientos dejaron de ser cómodos. El lugar se transformó en un a lata de sardinas. Las articulaciones padecían la estrechez y el agarrotamiento evitaba la correcta circulación de la sangre.




CARTAGENA DE INDIAS


Llegamos a media tarde. Caos en las calles, trafico a ritmo paralizante sin aparente solución. Obras perpetuas sin terminar, diseñan el nuevo trazado mientras nuestro taxista intenta esquivar el tapón cogiendo supuestos atajos. En estos caminos vimos la otra ciudad. Barrios humildes, con casas semejantes a cabañas, habitadas por gente a medio camino entre la pobreza y la supervivencia. Mientras, en el horizonte, aparecían edificios altos, majestuosos e inherentes de grandes ciudades. El hostel estaba bien situado ya que nos quedaba a escasos metros de la zona amurallada. Cuando llegamos al lugar nos apuntamos a la cena que organizaban. El menú consistía en platos elaborados con pescado, cocinados por un xef que no dejó a nadie indiferente. Todo estaba ambientado con música electrónica que pinchaba una aprendiz de DJ. Después de la cena la gente continuaba bebiendo y tomando otras sustancias. Cada vez que iban pasando las horas , muchas caras se iban desencajando y no era precisamente debido al exceso de alcohol. La gente hacia muchos viajes sospechosos de cortos minutos. Salimos un momento del hostal y rápidamente nos abordaron varios personajes ofreciéndonos finas hierbas y polvos mágicos. El trapicheo era descarado, varios gorrillas paseaban cercanos a las puertas de los hoteles y bares en busca de rápidas transacciones comerciales.

Al día siguiente visitamos la ciudad antigua de Cartagena pero el calor era insoportable. Atravesamos su muralla que protegía antiguamente sus habitantes de los ataques de flotas hostiles. El lugar era un pupurri de colores. Las paredes de las casas estaban pintadas de colores vivos que contrastaban con puertas de maderas macizas y rejas metálicas retorcidas en antiguas forjas. Su interior era un cúmulo de estrechas calles llenas de intersecciones con suelos adoquinados.
En la ciudad, la humedad era terrible y asociada a esa temperatura provocaba que el cuerpo estubiera transpirando a toda máquina. La sudor te empapaba en pocos segundos y si tenias que hacer algún esfuerzo ni os cuento. La piscina era la única solución para paliar dicha calor. Aquí es cuando los aires acondicionados tenian un peso especifico ya que ademas de refrescar el aire van robando un poco humedad al sofocante ambiente.



HACIA MEDELLIN POR EL RIO CAUCAS

La próxima ruta era ir desde Cartagena hasta Medellin para después dirigirnos hacia Cali. Las etapas fueron sucediéndose. El primer contacto, después de unos cuantos días de merecido descanso, fue enfrentarse al caliente asfalto. El aire en movimiento era inexistente y el calor extenuante. En cada etapa bebíamos mas de 5 litros de liquido para no deshidratarnos. La piel intentaba no quemarse exudando gotas de sudor.
Los contrastes volvían aparecer de nuevo, del calor al frío, de la infatigable subida a la confortable bajada, del seco desierto a la humedad de la selva.
Agua de lluvia, agua de manantial, agua de torrente, agua de sucio charco. Todas se cruzaban en mi camino, salpicándome y mezclándose con mi agua de sudor. Todo quedaba empapado, estábamos húmedos de sudor con restos de suciedad adheridos a nuestra piel. Cuando paramos, no había tiempo para que la ropa se pudiera secar y poco a poco nuestras prendas adquirían su metamorfosis apareciendo unas olores amoniacales que se tornaban insoportables.
La dureza de la climatología pasó factura a mi castigado cambio. El agua agarrotaba el tensor y la cadena tras sufrir tantas distensiones acabó por romperse. Lo mas jodido fue que se me rompió el desviador y eso si que era un grave problema. Por suerte, en este país tienen soluciones para todo y resolver el problema fue tarea fácil.

 La orografía de Colombia esta llena de sorpresas y los desniveles en sus montañas poseen marcadas pendientes. Estábamos en época de lluvias, pero no hacia falta que nos lo explicaran, era obvio. Los ríos estaban bordeando sus limites, poniendo en peligro diversas poblaciones y algunas infraestructuras. En la ruta, los desprendimientos eran habituales. Los suelos arcillosos que formaban los frágiles taludes de las carreteras se desmoronaban con facilidad. Los cortes en las carreteras era una cosa habitual y la gente estaba resignada a este tipo de situaciones.
El tránsito de camiones era constante pero sus conductores eran muy prudentes con nosotros, cosa que no puedo decir de los autobuses. Los camiones, aquí están algo tuneados. Sus propietarios siempre intentan llevar sus mulas, lo mas limpias posibles. Al llegar la noche encienden las luces de neón y comienzan a brillar en la oscuridad, luciérnagas de varios ejes. En su paso por las oscuras calles de desconocidos pueblos, rompen el silencio y ahogan el aire con un rugido de sus toberas de escape.
 El viaje hasta Medellin duró nueve días, aunque en uno de ellos paramos para ver como el Barcelona ganaba su cuarta Champions, dando otra lección magistral de buen fútbol.
Las etapas fueron Cartagena, San Onofre, Coveñas, Monteria, Caucasia, Puerto Valdivia, Yarumal, Don Matias, Medellin. En Monteria tuve que ir al DAS (Policía Especial) para poder prolongar mi estancia en Colombia ya que mi visado estaba apunto de finalizar.
Las etapas mas duras que encontramos, fueron a partir de Puerto Valdivia. Las colinas iban sucediéndose y poco a poco íbamos ganando terreno a las alturas. Pasaron los dias y por fin llegamos a Medallo, el diminutivo de Medellin, en un dia de lluvia donde nos reencontramos con Martin y conocimos a Mariano, ambos dueños del Budha Hostel.

1 comentario:

  1. hola alex, la veritat es que ets un verdader poeta. La mare està babejant i està super orgullosa del seu nen.
    per altra banda... menuda fiesta!!!! suposo que tornar a agafar la bici ha set durillo... però ara que ja torneu a estar al hostel suposo que la fiesta ha tornat.
    besitos i diu la mare que posis més fotos teves ( si es poden publicar)

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