sábado, 2 de abril de 2011

PUERTO NATALES.

En un principio, en la entrada a Chile no tuve sensaciones que percibieran cambios importantes. El paisaje era el mismo aunque a lo lejos se veían montañas teñidas de colores verdes, medio tapadas por nubes que parecían perpetuas. Recorrí los 15 kilómetros que me separaban del paso fronterizo hasta Puerto Natales y llegué cuando estaba a medio anochecer.
Tuve muy buenas sensaciones al llegar a dicho puerto pesquero, aunque quizás lo de pesquero a pasado a un segundo termino debido al auge del turismo. El lugar donde estaba ubicado el pueblo me recordaba a Alaska. Su clima era frío y la humedad del mar te atravesaba las ropas. El paisaje estaba envuelto de bosques rodeados de nevadas cumbres con frías aguas que transformaban la zona en un lugar salvaje. Sus casas eran de madera y estaban pintadas de colores vivos creando un paisaje multicolor. Entre ellas destacaban algunas residencias de estilo colonial que debido a las inclemencias del tiempo y al descuido de sus propietarios parecían abandonadas. Algunas estaban forradas con placas de metal para soportar mejor las acometidas del viento y evitar el deterioro de la madera. Pero también se veía mucha chatarra abandonada en las zonas circundantes a las viviendas. 

Aquí en estas aisladas tierras, la basura se intenta reciclar, pero lo que no se puede reutilizar queda abandonado integrándose en el paisaje . Sus gentes viven aisladas durante el invierno debido a la climatología y eso les forja el carácter. Entre los habitantes del pueblo, podía ver algunas personas con rasgos indígenas en sus rostros. Las caras redondas con los ojos achinados y cabellos lisos con colores negros brillantes no eran habituales. De vez en cuando te topabas con algún personaje que seguramente portaba en su sangre algunos genes que descendían de algún lejano colonizador.
Mi intención era visitar el parque de las Torres del Paine mediante un tour de “full day” pero al final desistí después de ver la previsión del tiempo. Había cogido una racha mala, aunque según oí, aquí es normal encontrarse con este tiempo. Venían días de mas nubes y lluvias, así que no demoré mucho mi estancia, aunque la compañía con la pareja que regentaba el hostel, Omar i Anne fue esplendida.
Durante mi estancia di varios paseos por el pueblo, pero el fuerte viento y la lluvia, hacia que fuera una tarea masoquista desplazarse por sus calles. El plumas se había convertido en mi prenda habitual sin la cual no me atrevía afrontar la temperatura exterior. En cada salida por el pueblo se me ponía la nariz de payaso y la piel de la cara se me tensaba como si me hubieran hecho un lifting.

Hablando de frío, desde que he entrado en la región XII de Chile, he notado como la temperatura ha bajado en picado. Los guantes no pueden despegarse ni un segundo de mis manos y el moquillo parece haberse instalado permanentemente en mi nariz. Todo son contrastes, paso del calor y de las zonas desérticas al frío y lluvias. Aunque algo positivo tenia que encontrar en tierra chilena . He descubierto un placer hasta ahora olvidado. En los supermercados Chilenos poseen mayor diversidad de víveres que los supers argentinos y entre ellos he encontrado mi tesoro: NUTELA, y “ yogures con manjar “. Me daba igual lo que pesasen , me agencié un par de potes de Nutela para poder afrontar las nuevas etapas. Era mas, un factor psicológico que un factor físico, ya que cuando te viene un bajón por el esfuerzo realizado, el simple hecho de pensar que llevas un pote de nutela en las ortlieb te hace pensar en positivo, aunque tengas un día de perros. Es parecido a un efecto placebo y os aseguro que a mi me funciona de maravilla.


Estuve un par de días en ruta antes de llegar a Punta Arenas recorriendo paisajes con un poco mas de vegetación. En la ruta, como siempre no había casi nada, unicamente aparecian algunas estancias dispersadas por el territorio. En el paisaje comencé a ver los típicos árboles con el tronco inclinado hacia el  este debido a la acción del viento. Sus copas estaban estiradas y parecia que las hubieran untado de gomina para poder modelar esas formas en su  escaso follaje.
 Los campos estaban muy transitados por multitud de grupos de ovejas que se quedaban como hipnotizadas cuando se apercibian de mi paso. La mayoria de ellas tenian el cuerpo con señales indicando que hacía poco tiempo habían estado esquiladas. Llegué a Punta Arenas, el lugar  era grande y fue la primera vez en tres meses que veía la primera pescadería, aunque se tendría que decir que la tienda era de ultra congelados por que de los pescados que había, ninguno movía la cola. 

Pasé un par de días moviéndome por sus calles aunque su clima no era muy propicio al paseo. Solo destacaba su puerto marítimo en el cual se veía mucha actividad de carga y descarga. Mi paso por este lugar se debía a que en su puerto se encontraba el ferry que me serviría para cruzar el estrecho de Magallanes para entrar en Tierra del fuego. El paseo en barco apenas duró unas dos horas ya que el tiempo y la mar lo permitieron. Tuvimos el honor de presenciar un grupo de delfines que iban saltando repetidamente, pegados a escasos metros del barco. Cuando el barco toco tierra, nos dejo en la bahía de los inútiles, al lado de una pequeña población llamada Porvenir. Mientras duró el viaje no podía sacarme de la cabeza lo duro que debía de ser para Magallanes y su tripulación, el viaje marítimo que llevaron a cabo. Eso si que eran aventuras de verdad o mejor dicho supervivencia pura y dura. Al bajar del barco recorrí unos dos kilómetros hasta llegar al pueblo. El lugar parecía medio abandonado, no se veía nadie por sus calles. Fui a buscar algún lugar económico para acabar de gastar mis últimos pesos chilenos. Al principio no encontraba nada, ni a nadie a quien preguntar . Después de rodar sin rumbo por las desérticas calles, encontré un lugar que se ajustaba a lo poco que me quedaba en mis bolsillos. 

Los propietarios del establecimiento me recomendaron que visitara un comedor regentado por dos abuelitas que hacían platos económicos pero de una calidad excelente. El lugar, resultó ser una tienda-bar, pero me comí un estofado de cordero con papas blancas y pollo al copin que me puso la piel de gallina. Esto fue lo que acabó de gastar hasta el ultimo céntimo chileno que llevaba en mis bolsillos. Al día siguiente cuando me fui del lugar, parecía que el sitio fuera un pueblo fantasma. Era sábado, pero a las 8.00 no vi a nadie, únicamente unos perros rondaban las calles ladrándose entre ellos. Uno de estos perros vino a saludarme y recibió un par de caricias de mis manos. La perra, era de color negro y me estuvo acompañando unos 60 kilómetros. Era joven, tenia nervio y se atrevía con todo. No paraba de correr en frente de mi roja máquina . Era curiosa y no veáis como hacia correr a los guanacos. Me hizo mucha compañía, pero cuando le indicaba que no me siguiera, el animal no me hacia caso.

Tenia una contradicción con mis sentimientos, quería que se fuera ya que cada vez nos alejábamos mas de Porvenir, pero me daba compañía, siendo muy dócil y juguetona con migo. Como recompensa iba jugando con ella cuando paraba a tomar alguna foto y en una parada le di un par de galletas para que se recuperara del esfuerzo. Pero a partir del kilómetro 60, el ripio estaba mejor y desaparecieron las subidas así que la bicicleta comenzaba a rodar a una velocidad normal. Aquí fue el momento en que dejé a la pobre perra a mis espaladas.
El animal se iba quedando atrás, debía estar destrozada pero supongo que se dio cuenta que era el momento de detenerse y volverse por el camino recorrido. Al final del día comenzó a llover y no pararía durante los siguientes días. La lluvia era una carga muy pesada ya que iba calando en mis manos y sobretodo en mis pies. Los cubre pies de neopreno iban muy bien para aislarme del frío pero, cuando calan en ellos, las gotas de lluvia penetran hasta mis calcetines y el frío me dormía las extremidades. Al segundo día llegué a otro puesto fronterizo entre Chile y Argentina, todo fue muy rápido.

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